MENSAJES DESDE LAS ESTRELLAS
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Hola amados
Hermanos:
Compartimos con cariño transcripciones de la Monografía “CLAVES PARA EL DESPERTAR”, que podemos hallar en nuestra Biblioteca www.tseyor.org
El enlace es:
Con amor,
Delegación de Tseyor en Perú
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“El amor es la
clave para el despertar de la consciencia.
Por favor, amigos, despertemos de ese sueño. ¿Qué pensamiento
más hermoso puedo llevar a vuestras mentes que el deciros que nos podemos amar
unos a otros como hermanos que somos? Porque somos el absoluto, somos el amor,
y eso no son palabras son hechos.
Y hasta que no comprendamos el amor, en un acto de
hermanamiento universal, hasta que no comprendamos que cada uno de nosotros
somos lo mismo, hasta que no lo comprendamos profundamente, no formaremos parte
de esas sociedades armónicas.”
Shilcars
1) “Claves para el Despertar” – INTRODUCCIÓN
El
proceso de perfeccionamiento del pensamiento sigue una especie de circuito:
AUTOOBSERVACIÓN –> TRANSMUTACIÓN –>
PERFECCIONAMIENTO
La autoobservación es la
observación atenta, desde el aquí y ahora, desde el presente eterno. Atrae la atención
de nuestro ser profundo, y nos conecta con él.
Desde su presente eterno
se produce una transmutación del ego, del pensamiento tridimensional, el ego se
eleva a una dimensión más amplia y comprensiva. De este modo se produce el
perfeccionamiento del pensamiento.
Este proceso de
autoobservación –> transmutación –> elevación o perfeccionamiento del
pensamiento se ha de mantener de instante en instante, no bastaría con una sola
ocasión, aunque también es verdad que cada transmutación nos sitúa en el instante
eterno. Cuando se pone en marcha el estado de autoobservación continúa, como un
fluir desde nuestro interior, sigue su curso, salvo que lo interrumpamos.
El desarrollo de este
proceso facilita el equilibrio, la armonía y la empatía con los demás, la
hermandad.
Los obstáculos de la
entropía parecen alejarnos de la sintonía con nuestro mundo interior, y así
puede ocurrir en un primer momento, pero si mantenemos la autoobservación,
entonces se potencian y catapultan la transmutación y el perfeccionamiento. Son
equivalentes a las crisis de crecimiento. El trabajo espiritual consiste en
superar los obstáculos que nos encontremos.
La meditación, la
interiorización, son procesos de autoobservación sostenida, en los que es
posible profundizar más en nosotros mismos, intensificar nuestra conexión
interna.
Paralelamente y
simultáneamente se suscita la renuncia, el desapego, la dejación de las
adherencias del ego.
La autoobservación
permite sublimar la actuación del ego y darle una comprensión más amplia, liberando
sus tendencias y sus limitaciones.
Todo el proceso consiste
en una ida y una vuelta, desde el espíritu a la tridimensionalidad, desde esta
al espíritu, en ese camino de ida y vuelta nos engrandecemos, nos
perfeccionamos.
El espíritu “necesita”
ese contacto con la limitación para perfeccionar su esplendor, hacerlo más
preciso y consciente, pues el espíritu en su inmensa grandeza es algo vago.
La consciencia
tridimensional se asfixia en un mundo sin horizontes, repetitivo y monótono.
Por eso la salida es la sublimación, la espiritualización. Pero al espíritu le
conviene también ese contacto con el ego, que es una proyección limitada de sí
mismo, y en cierto modo carente de algunos rasgos esenciales de su propia
naturaleza.
Este proceso podría,
teóricamente, realizarse de una sola vez, pero se prorroga y dilata en el
espacio-tiempo, porque sería muy brusco hacerlo de forma total y única (la vía
seca de los alquimistas).
Por eso preferimos muchas
veces la vía húmeda, el hacerlo poco a poco, gradualmente. Eso puede dar la
sensación de que no avanzamos o que el avance es muy lento y la meta lejana.
También nos podemos dispersar, entretener, retroceder, si cesamos en el proceso
de autoobservación.
La finalidad, si es que
se puede hablar así, es la fusión del ego y del espíritu, donde el ego pierde
sus propiedades limitantes y apegadas. Por eso, en algunas tradiciones
espirituales, se habla de la aniquilación del ego. Sería más exacto decir la
aniquilación del egoísmo, del egocentrismo, pero no del ego propiamente dicho,
como consciencia tridimensional enfocada en los aspectos prácticos de la vida
material.
La iluminación es
precisamente la cumbre de este proceso, tiene lugar cuando se produce una
transmutación amplia y podemos abarcar la visión del espíritu desde la materia
y reconocernos como parte del todo, como el todo mismo, así nos sentimos
vinculados a todo y a todos, como totalidad diferenciada.
Es un sentimiento y una
experiencia maravillosa de infinitud, de ilimitación, de amor a todas las
criaturas. Cada átomo nos parece preciso y admirable. Todo está bien, todo es
perfecto para el que se siente partícipe de la perfección.
Este proceso de
iluminación es también una cumbre de retroalimentación para el espíritu, para
el ser humano que se ha encontrado a sí mismo. En el mar del espíritu no hay tú
ni yo. Todo se percibe como unidad, aunque haya rasgos y colores dentro de una
misma luz común a todos.
La conexión con la
adimensionalidad es una conexión con nuestra parte interna, objetiva,
espiritual. Se puede realizar como extrapolación del pensamiento, apertura del
tercer ojo (visión estereoscópica), percepción de los mundos objetivos desde el
mundo tridimensional. Esta conexión forma parte del proceso o podemos decir que
acompaña el proceso. Mientras que la iluminación es el aspecto central, la
percepción adimensional es un proceso periférico.
La autoobservación,
cuando se lleva a cabo desde nuestro ser profundo, que contempla a nuestra
faceta tridimensional, constituye un acto de retroalimentación para el
espíritu, ya que el espíritu es el reino de la unicidad, de la no separación,
de la comprensión.
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