sábado, 6 de abril de 2013

28) “Psicología Transpersonal”– LA LIBERTAD, EL ODIO, EL AMOR

MENSAJES DESDE LAS ESTRELLAS
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Hola amados Hermanos:
Comparto con cariño transcripciones de la Monografía “Psicología Transpersonal. Mensajes de Sili-Nur”, que podemos hallar en nuestra Biblioteca www.tseyor.com

El enlace es:
http://www.tseyor.com/biblioteca/Psicologia%20transpersonal.pdf

Con amor,
Noventa PM
__________
Digamos basta ya a la
Inexorable recurrencia de vida
tras vida en una oscuridad casi total
del individuo. Démosle la visión completa
de su panorama espiritual. Enseñémosle
los primeros pasos  a seguir
por el camino de la evolución
espiritual.

SILI-NUR

28) “Psicología Transpersonal”– LA LIBERTAD, EL ODIO, EL AMOR


29. LA LIBERTAD, EL ODIO, EL AMOR

 

Ante todo decir que se precisan hombres y mujeres valientes. Hombres y mujeres independientes.

Que no dependan de nada ni de nadie. Que se sientan completamente libres para encauzar su vida, su trabajo, su actividad, su desarrollo, su perfeccionamiento. En definitiva, en completa libertad de acción, que esto es muy importante.

Si la mayoría de las veces actuáis siguiendo los dictados de vuestro muy querido ego, ya viene siendo hora de que en algunas parcelas de pensamiento, en algunas actitudes, seáis vosotros mismos. Seáis libres.

La libertad es el don más preciado que tiene el ser humano. Sin libertad es un ser dependiente, gris, y esparce todo su conocimiento a un nivel muy bajo de vibración.

La falta de libertad estimula la rutina, el pesar, el aburrimiento, y al final de todo eso se llega al escepticismo.

Y hablando de escepticismo, bueno es pensar que debemos creer, pero para creer necesitamos experimentar. Y experimentar no se consigue sino es por medio de la creatividad. Este tipo de experimentación a la que me refiero se sitúa fuera de los límites de actividad del Ego, del yo en minúscula.

Así que libertad es sinónimo de creatividad, de empuje, de dedicación. Lo contrario es la pesadumbre, la dependencia del individuo que únicamente prefiere esta seguridad temporal a la comprensión y evolución de su pensamiento espiritual.

A través del perfeccionamiento del pensamiento deberá, el hombre de vuestra generación, conquistar hitos muy importantes dentro de su vasto universo interior.

Del principio de que la semilla crece, se desarrolla, se multiplica y genera nuevas plantas, así también el hombre se desarrolla y genera nuevos pensamientos que le llevan a conquistar nuevas dimensiones, de las que por el momento está privado de recibirlas, comprenderlas y  disfrutarlas del todo.   

Para que todo eso sea posible, bastará únicamente que el hombre sea capaz de renunciar a la dependencia. Aunque con una renuncia libre, espontánea, directa, a través de la comprensión, nunca de la represión.

Calificando bien el trabajo y la actitud de cada día, de cada hora, de cada instante. Encaminándose hacia un futuro de paz y libertad, sin otro requisito que la observación de unas mínimas normas elementales, como son la bondad de sus actos, la paz de pensamiento y la actitud positiva de hermanamiento con todo y con todos los que le rodean.

El individuo, en esta tercera dimensión, debe asumir sus cargas porque así se libera de pesadas losas psicológicas, de muros que pueden parecer impenetrables. A través del dolor, del esfuerzo. También a través del fin prematuro de su existencia. Aunque esto último es de una importancia relativa, porque la existencia continúa en otro estado, en otra forma, en otro ser... 

La libertad no está en nuestro entorno, sino en  nuestro interior. En nuestro ser interno.

En cuanto al amor, reconozcamos que si a los demás creemos que no les queremos pero no les odiamos, indiscutiblemente les queremos. 

El ego puede tornarse en un virtuoso del amor, de la hermandad, de la amistad. El ego siempre quiere aparecer como bueno, amable, sincero, cariñoso...

El ego es posesivo y no siempre acepta de buen grado tener que separarse de alguien o algo que cree que le pertenece.

El ego necesita confianza, seguridad.

Lo cierto es que el ego, ante todas estas circunstancias de apego, mide el cariño, el amor, la ternura, a través de parámetros totalmente tridimensionales, lógicos.

Lo cierto, también, es que cualquier sentimiento de deseo, aunque sea el de amar, es egoico.

Asimismo nos movemos en una simple y rutinaria dualidad. Si son nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros familiares más directos, “debemos amarles” y por lo tanto nuestra separación de ellos “ha de ser” dolorosa. En cambio, en relación a los otros, o que ni siquiera conocemos, nos interesan muy poco, por eso, “no les amamos tanto”.

Verdaderamente al espíritu nada le pertenece, y nada le importa, incluso no le importa ni su propio perfeccionamiento. El espíritu trasciende estos sentimientos.

Todo lo que no sea trascender dichos sentimientos va a formar parte irremediablemente del ego, de nuestra masa egoica.

De hecho no nos conviene tener ningún sentimiento de apego por nadie ni por nada. Porque ello es solamente terreno abonado para el ego.

Al fallecer un familiar querido, por ejemplo, podríamos entender que ha trascendido un espacio. En cambio, muchas veces sufrimos un gran dolor por su pérdida, y en cierto modo es totalmente lógico. Mas, dicho dolor mental es egoico, pues el espíritu no sufre. Para entendernos, la queja proviene de nuestro yo, de nuestro lastimero yo, de nuestro pobre yo. Generalmente de nuestro “pobre de mí”.

El ego reviste todas y cada una de sus funciones con unos planteamientos lógicos, y por lo tanto en general obviará decir: “odio a determinada persona”. En su lugar dirá: “No me gusta, me cansa, me aburre”. “Me siento mal con esa persona”. “No me dice nada nuevo”. “No me ayuda en mi evolución”. “Siempre está de muy mal humor”. “Cada vez le entiendo menos.” En fin, odio encubierto porque en todos estos planteamientos no hay amor.

También el ego se justifica: “¡Cada vez cocina peor!”. “¡Qué pesado es!”. “¡Qué aburrida es”. “¡Qué egoísta es!” “¡Solo piensa en el dinero!” “¡Con quién me ha tocado vivir!” Estos también son otros planteamientos faltos de amor y por tanto de la familia del odio.

Y, claro está, luego habrá aquellas otras características mucho más pronunciadas como: “la odio”, “le deseo lo peor”. Estos son grados extremos de odio. Todo ello origen de pequeños odios que se han ido sumando hasta formar un “personaje” de gran envergadura.

 Prestemos atención ante estos primeros síntomas que en nosotros afloren de enemistad, de indiferencia, porque desde ahí, un día, podemos ser víctimas propiciatorias de ese ego, de ese yo, de nosotros mismos.

Si no odiamos, es obvio que en su lugar anidará el amor y la posibilidad de entregarlo sin limitación alguna.

Desde un principio podemos prestar atención ante cualquier pequeño síntoma de animadversión. Invariablemente se empieza por lo minúsculo.

El odio crece en nuestro interior mental, en nuestra psicología, casi sin darnos cuenta, y puede terminar haciéndose fuerte e irresistible. Por lo tanto, es importante estar alerta y vigilarlo constantemente.

Si vivimos “despiertos”, de instante en instante, sabremos de nuestra actitud hacia el exterior, de nuestro pensamiento hacia los demás. Con ello podremos elaborar y analizar mucho mejor nuestro estado de ánimo.

Amor y odio, en su equilibrio perfecto, es la Nada. Es la síntesis del esquema vital del Holograma Cósmico Cuántico.

En el mundo tridimensional, en este espacio temporal e ilusorio, la vida se desenvuelve bajo el signo de la dualidad. Por lo tanto, y en este mundo, el amor necesita de su antagónico el odio para ser lo que es: el Todo y la Nada.

Por ello, el trabajo interior lo dirigiremos a detectar cualquier desequilibrio entre esos dos estados, y dar paso al amor. Detectar cualquiera de esos estados egoicos, para así poder transmutarlos en amor.

No creo que por mucho hablar termináramos con el tema de la libertad, del odio y del amor. Tal vez únicamente habríamos colocado un grano de arena en la inmensidad del océano universal.

Y me preguntaréis acaso sobre la obsesión. La obsesión es un desequilibrio psíquico y nace de un planteamiento ficticio, y por falta de la debida autoobservación.

Generalmente la obsesión se recrea en el ánimo perturbado por unos ideales, por  unos ilusorios pensamientos de complementariedad. La persona se cree sola o al menos eso le parece.

            La obsesión suele nacer por múltiples motivos, ya que los vericuetos del ego, de la vida física, de la psicología humana, son infinitos.

Cualquier elemento perturbador suele generar ciertas dosis, grandes o pequeñas, de obsesión. En vuestra sociedad se os explica y enseña cómo llegar a ser los primeros en todo. Cómo ser un buen profesional, o un empleado modelo, o un eficiente obrero. 

En ese ritmo frenético poco se da a entender sobre la importancia que tiene un buen y saneado aspecto psicológico. Parece como que a la sociedad de consumo no le interesa que el individuo se halle a sí mismo. Le interesa más que el individuo “dependa de…”. Y ¿cómo se consigue esto? Creándole estímulos ficticios, falsos, egoístas, interesados. 

Al individuo suele enseñoreársele con los atributos de una sociedad moderna: una buena casa, un flamante automóvil, alegres vacaciones, un agradable y sutil perfume... Y aunque todo esto es ilusorio, no obstante le sirve a la sociedad para ensoñar a sus ciudadanos. 

Y en la conquista de esos ideales ficticios, se lucha, se persigue, y nunca se obtiene, la conformidad de uno mismo. Precisamente porque al ser ficticios no llevan a ningún sitio.

Existe constantemente la sensación de impotencia, el individuo no alcanza los ideales por los que se le estimula. Y al no conseguirlos plenamente hace que se sienta insatisfecho, oprimido y reprimido.

Así se fustiga en cierto modo al individuo hacia el consumismo. Y de ahí suele nacer la obsesión por alcanzar un mundo más placentero, querer ser un triunfador, acumular riqueza, ser el mejor padre,  vecino, ciudadano... Y ahí, en todos estos planteamientos, existen diferentes grados de obsesión.

La obsesión es un oscuro y profundo pozo en el que el individuo se precipita hacia un mundo ficticio. 

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